Difundimos, como forma de denuncia y apoyo, la situación Ibón Iparraguirre Burgoa, preso en la cárcel de Alcalá-Meco y que es víctima de graves violaciones de sus derechos como ser humano.  Estos días se ha dado a conocer una carta de su hermano en la que denuncia la injusticia que se está cometiendo con Ibón, al margen de cualquier legalidad y aplicando con máxima crueldad eso que se ha llamado derecho penal del enemigo que consiste en la negación de la humanidad de la persona detenida, aplicando sobre ella serios castigos que convierten su paso por la cárcel en un sufrimiento creciente y en la ejecución de una veganza que nada tiene que ver con la justicia en ninguna de sus formas.
Algo de la historia del caso lo podéis ver aquí:
La carta dice así:

Usted sí que está como una chota, Sr. Castro

Soy hermano de Ibon Iparragirre Burgoa, y escribo
esta carta desde la rabia y el dolor. Y la escribo en castellano porque
quiero que usted, Sr. Jose Luis Castro, Juez de Menores y de Vigilancia
Penitenciaria, la entienda sin necesidad de traductores, literalmente y
sin versiones manipuladas. Usted sabe perfectamente que nuestro hermano
padece una enfermedad grave, crónica, incurable y degenerativa. Lo sabe
porque así lo corroboran todos los informes médicos que obran en su
poder, y así lo reconoce ud. mismo en el auto firmado de su puño y letra
y que, sin embargo, decide mantenerlo en prisión.

Esos informes dicen literalmente que Ibon tiene
SIDA, en estadio C-3, es decir que el VIH esta activado y está
afectando directamente al cerebro: ‘Leucoencefalopatía multifocal
progresiva’, ‘Deterioro Cognitivo’, ‘Encelopatía por VIH’, ‘Probable
demencia SIDA’… ¿Le suena, Sr. Castro?
En lenguaje profano esto quiere decir que a Ibon el bicho le ha
afectado al cerebro, y que entre otras cosas, no ve tres en un burro, no
porque tenga miopía, sino porque tiene el nervio óptico afectado; que
es propenso a sufrir ataques epilépticos; que tiene hipersensibilidad,
que no siempre tiene capacidad de controlar procesos… Esta situación
ya es difícil de llevar estando en libertad, y usted ¿decide denegarle
la prisión atenuada y mantenerle alejado de su familia y de sus médicos
de confianza? Por favor…
Y digo «en prisión atenuada», porque ud. bien que lo sabe, pero
quizás no todo el mundo, Ibon estaba ya preso y enfermo cuando el 9 de
marzo de 2014 lo encerraron en Basauri. Cumplía condena en casa. Llevaba
pulsera telemática; sólo podía salir cuatro horas de casa; iba
semanalmente a la prisión de Basauri, a firmar, donde entregaba
puntualmente los informes que cada tres meses le realizaban en el
Hospital de Basurto; se abstuvo de participar en actos o manifestaciones
políticas… Es decir, que aunque estaba en casa, estaba preso, cumplía
condena. Eso sí, rodeado de sus familiares y con un seguimiento médico
efectivo.
Y van y lo meten en Basauri. Y en abril lo mandan a Navalcarnero, a
la enfermería. Y en noviembre, a Alcalá-Meco, no a la enfermería, sino a
un módulo corriente y moliente, donde no pasa una semana y lo agreden
dos presos sociales, con la excusa de que no les dió un cigarro. Y a los
quince días, esos mismos carceleros que se supone deben salvaguardar su
integridad, le meten en un cuartucho, le meten dos bofetadas, le
amenazan con violarle y lo mandan otra vez al chabolo. Esto, sí que
puede ser que no lo sepa Sr. juez… Pero yo sí lo sé, porque nuestro
hermano enfermo sí que está, pero mentiroso no es, y las marcas ahí
quedan, aunque usted no las quiera ver. Es la cuarta paliza que recibe
en diez meses.
Nos pasamos todo julio en Madrid, recabando los informes médicos que
se habían realizado en abril, y que aún no constaban en su poder.
Nuestra madre y yo fuimos personalmente al archivo del hospital Gregorio
Marañón, y nos proporcionaron sin problemas los resultados de las
analíticas que le realizaron a Ibon en abril! Y se las llevamos a su
despacho, algo que los servicios médicos de la cárcel de Navalcarnero
debían haber hecho meses antes.
Y un buen día se dignó a recibirnos. Y lo primero que le dijo a
nuestra madre fué: «Su hijo está como una chota». De acuerdo. No es la
forma más adecuada para decirle a una madre que su hijo padece una
enfermedad mental, pero coincidimos en lo fundamental. Para ud. nuestro
hermano está como una chota porque se niega a recibir tratamiento con
retrovirales, y para nosotros – y los servicios médicos- padece una
enfermedad mental incurable y degenerativa porque tiene el SIDA. Ud.
estaba implicitamente negando un derecho fundamental para la persona
enferma, como es el derecho a decidir el tratamiento a seguir, y
nosotras por la paz un Ave María, porque nuestro objetivo último era
agilizar los trámites para conseguir que Ibon volviera a la situación de
prisión atenuada.
En ese momento Ibon se encontraba en aislamiento, tenía diarrea, las
defensas en 117 (una persona con salud normal las tiene en torno a
1500-2000 por ml. de sangre), y estaba –como sigue estando- expuesto a
cualquier infección oportunista. Le transmitimos nuestra preocupación y
ud. insistió en que se le practicara el TAC, para blindar el expediente,
ante un hipotético recurso de Fiscalía.
Incluso nos solicitó una dirección, un domicilio para agilizar los trámites del regreso a la prisión atenuada.
¿Usted se puede imaginar la frustración, la rabia y el dolor que
producen esas palabras cuando suenan retrospectivamente? Usted se
permitió el lujo de jugar con los sentimientos de una madre que tiene 71
años para luego defraudarla, y encima espetarle que «Su hijo está como
una chota». Pues si me lo permite, Sr. Castro, y confiando en que la
libertad de expresión no sea monopolio de unos pocos, le voy a decir:
«Usted sí que está como una chota». Y produce una gran amargura el saber
que la vida de nuestro hermano está en manos de una persona que en los
cursos de verano de la Complutense se presenta como un adalid de los
derechos humanos, y por lo bajinis, en su despacho, da falsas esperanzas
mientras firma los autos que perpetúan la agonía de Ibon y de otros
muchos y muchas, políticos y sociales, vascas o extremeñas.
Las cárceles están diseñadas para que las personas sanas enfermen, y
las enfermas mueran. Si Ud. no lo sabe, debería saberlo, y es su
responsabilidad que esto no sea así. Usted es el último eslabón de un
sistema que condena a los presos enfermos a una muerte lenta e indigna, y
usted es en gran medida, su única tabla de salvación.
Tome conciencia de su cargo y actúe en consecuencia, pues de su
integridad moral depende la vida de muchas personas, entre ellas nuestro
hermano. Y perdone si en algún momento he pecado de impertinencia. En
cualquier caso, confío en que si hubiera algo punible en este escrito
sea yo, y únicamente yo, el que sufriere las consecuencias.

 

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