El asedio mediático que se nos impone requiere de las diferentes personalidades entendidas en la materia: técnicas, catedráticas, políticas, sindicalistas… y del aparato mediático que se despliega para humillar a las contestatarias. Una vez han dejado claro que la minoría radical no es representativa de la sociedad y no tiene argumentos, tienden la mano para hablar de soluciones realistas con la fracción dialogante. Para las que no entran al juego, tienen listo su linchamiento. Aplastada la minoría, dejan
claro que no hay sitio para salir de los límites establecidos, por nuestro bien. De esta manera unen ficticiamente, amparándose en discursos periodísticos, a una sociedad aislada, dividida y peleada por culpa del propio sistema con el malestar que este despierta. Una sociedad que se fragmenta y que en realidad está llena de minorías que protestan y pelean, pero que a cada momento mediático pertinente se aíslan unas de otras. Por eso el “somos estudiantes no delincuentes” es una súplica atemorizada de las clases medias que intentan evitar ser tratadas como saben que se trata a las más pobres: sin contemplaciones. En esta trampa caemos una y otra vez, por el problema que hemos comentado antes, porque no conseguimos definir esta identidad común de las distintas minorías. No conseguimos definir nuestras problemáticas frente a unas mismas causas: la ausencia de poder de la gente y la ausencia de comunidad real. Si entendiésemos que el problema radica en la incapacidad que tenemos para escoger como queremos vivir, así como la imposibilidad de establecer relaciones comunitarias y sinceras entre vecinas en este sistema, sabríamos que estas minorías: estudiantes, paradas, trabajadoras, somos una mayoría, una mayoría que podría luchar contra una minoría muy poderosa que monopoliza la violencia y la información, gestionando así nuestra miseria y su riqueza (Terra Cremada nº 1 –Barcelona, 03-2010).
¿Qué significa todo eso? ¿Qué importancia tiene alegar que “no somos delincuentes” o que “no somos terroristas” para legitimar nuestras protestas? ¿Qué sentido tiene decir que nos tratan “como delincuentes” o “como terroristas” cuando sufrimos en nuestras carnes la represión, el abuso de poder o la violencia policial? Tragando el discurso oficial bendecimos la demonización de quienes están a nuestro lado. Pronunciando esos “lemas mágicos” nos apartamos de las personas que, siendo nuestras iguales, han sido criminalizadas antes que nosotras. “¡A mí no me peguéis, no me detengáis, no me reprimáis como habéis hecho con quienes que ya llevan colgada la etiqueta de “terrorista” y/o “delincuente!” “¡Me parece bien que lo hagáis con ellas, callaré si es necesario, pero no os equivoquéis conmigo porque yo sí soy inocente!”. Cada etiqueta lleva implícita su contraria: decir “yo no lo soy” es dar nuestra bendición al estado para señalar quién “sí lo es”. Y así, a menudo involuntariamente, colaboramos con esa lógica represiva dando por válido su poder para señalar arbitrariamente al chivo expiatorio, siempre entre los grupos más perjudicados por el empobrecimiento, el saqueo, la exclusión, la marginación. Siempre entre pobres o entre disidentes políticos. Siempre contra quien no puede o no quiere participar de este orden injusto, criminal, que acumula riqueza produciendo pobreza. Esa es la mayor de las violencias cotidianas: una violencia estructural que reparte sufrimiento y muerte (física y social). Olvidándolo caemos en el macabro juego de “dividir y vencer” al que tan bien juegan los poderosos. Olvidándolo nos convertimos en sus cómplices. Olvidándolo pasamos por alto distinciones como la que separa las categorías de presos “comunes” y presos “políticos”. No podemos aceptar que nadie sea víctima de un sistema que solo sabe tapar los problemas mediante la violencia de la cárceles y todo su entramado represivo. Estamos hablando de problemas con causas políticas cuyas soluciones han de ser políticas. Y esas soluciones solo pasan por nosotras, porque solo el pueblo defiende al pueblo. Si la maquinaria de criminalizar y reprimir se refuerza es porque cada vez somos menos las personas que nos creemos sus montajes. No demos ni un paso atrás. Por eso acabamos citando (y suscribiendo) otro texto publicado por ASAPA en 2013:
Unos matan por miles y les llaman “honorables estadistas”. Otros roban por millones y les llaman “base de la economía”. Otros especulan provocando la mayor hambruna del siglo XXI y les llaman “mercados”. Otros arruinan arbitrariamente la vida de poblaciones enteras y les llaman “corporaciones”. Así hasta el infinito. Desde 2009, los delitos que más han aumentado en el Estado español han sido la evasión fiscal y otras aberraciones a gran escala, pero los “delincuentes” siguen siendo otros, los “delincuentes fracasados”, precisamente aquellos cuyos “delitos” no han aumentado
desde el comienzo de esa macro-estafa rebautizada como “crisis”. En proporción inversa e impecable, cuanto más pobre es el infractor más duro es su castigo. No importa si sus actos son ridículamente menores a los de los “grandes delincuentes”.
Pues si lo es, por favor, no nos volvamos a permitir semejante falta de respeto a nosotras mismas, a las que estábamos en el mismo sitio y debemos seguir peleando. Aquí no sobra nadie, solo quienes imponen y quienes se benefician de este sistema miserable. Terrorismo es no llegar a fin de mes, no lo que nos vende el ministro en nombre de SU democracia. No caigamos en su trampa. No nos convirtamos en nuestros propios enemigos. Con todo el respeto, aprecio y solidaridad que nos merecemos